lunes, 15 de agosto de 2011

PERESTROIKA (9º)

2 (I)




Me costaba respirar. Estaba muy angustiado y sudaba copiosamente. La nave se hacía cada vez más estrecha. Las placas metálicas con las que estaba fabricado el exterior del módulo se iban contrayendo por efecto del calor del Sol, el astro que visiblemente aumentaba de tamaño ante mis incrédulos ojos. En el monitor con el que Baikonur se comunicaba conmigo, un gilipollas balbuceaba entre interferencias y sollozos que estuviese preparado por lo que pudiera pasar.

Miré por el ojo de buey. El corazón se me paralizó. Un frío repentino recorrió todo mi ser aterrado. Con la carne de gallina y un nudo en la garganta acerté a pronunciar tres palabras. ¡HIJOS DE PUTA! Lo habían hecho. Los muy malparidos lo habían logrado. En todo el paisaje terrestre que abarcaba mi vista –Escandinavia y las repúblicas bálticas- estallaban bombas atómicas con la misma efervescencia con la que las burbujas bullen en un vaso lleno de refresco carbonatado. El arsenal mundial de ojivas atómicas había estallado o estaba en el aire, en dirección a sus objetivos. Cientos de miles de misiles con cabeza nuclear estaban destruyendo en aquel momento toda la vida y la obra del hombre en la Tierra, aunque eso era tan solo un pequeñísimo acontecimiento en la obra de Dios. Era el fin del mundo pero el resto del universo conocido seguía expandiéndose como si tal cosa.

Mis familiares, mis amigos –si es que alguna vez tuve algún amigo de verdad-, mis paisanos y todos mis congéneres humanos estaban siendo exterminados por su propio impulso autodestructivo. ¿Quién sabe? Dicen que alguna vez nuestros átomos formaron parte de una estrella. ¿Por qué no va a ser posible que en algún momento del tiempo infinito estos mismos átomos que nos han dado forma puedan llegar a un estado eterno, superior y perfecto?

De una ranura en el costado de la nave se estaba vertiendo al vacío un liquidillo blanquecino. Eran las muestras de semen de los más ilustres representantes del comunismo y de otros personajes insignes de la humanidad. Ahí estaba el líquido seminal de Lenin, Stalin, Trotsky, Bakunin; y también el de Copérnico, Newton, Darwin o Einstein. Los óvulos donde hubieran debido implantarse aquellas muestras eran de muchachas anónimas de raza eslava. Todo aquel material reproductivo in vitro se había perdido para siempre. Entonces ¿qué hacíamos Natalia y yo cruzados de brazos? Ya que, casi con toda seguridad, íbamos a ser los únicos supervivientes de la especie humana debíamos ponernos sin dilación a practicar el proceso reproductivo pero de una manera mucho más natural.

xxx

Estaba empapado en sudor y con una erección de caballo. No era el fin del mundo. No había sido más que una pesadilla pero había sido muy real. Aunque ya nada importaba. Aquel día iba a ser el de mi vuelta a la Tierra. Tenía muchas cosas que hacer y no quería achicharrarme al reentrar en la atmósfera terrestre.

Cuando faltaba una hora para iniciar las maniobras de regreso, un operador desde el cosmódromo me informó de que se abortaba la operación. Aquello fue un mazazo muy fuerte en mi ánimo. Los últimos días habían sido interminables por la espera de aquel momento y de repente mi ilusión se había quedado en nada. En la misma nada en la que llevaba inmerso cinco meses. En la insoportable soledad. Es verdad que la Luna estaba mucho más cerca pero las galaxias seguían estando igual de lejos, como todas las respuestas.

Me quedé trastornado. El rebelde que llevo dentro salió a la superficie. No dejaba de mirar el botón rojo que nunca debía pulsar. Es decir, nunca que no fuese por un desastre nuclear. Alrededor del botón, formando un círculo fosforescente, se leía la inscripción “Protocolo de Emergencia Nuclear”. Si presionaba el botón mi nave se iría en busca de la nave de Natalia y ambas cápsulas se acoplarían. Ese acto, llevado a cabo por mi parte sin motivo justificado, supondría una insubordinación inaceptable de graves consecuencias.

Mi primer delito fue acceder al intercomunicador –sólo para emergencia nuclear- con el que podía comunicarme vía satélite a través de una computadora con Natalia. Yo suponía que ella debía sufrir un estado de alteración y rabia similar al mío. Le escribí que si estaba dispuesta a saltarse las normas y acoplar nuestros módulos. Al cabo de un rato en el que debió sorprenderse por mi petición, en la pantalla de la computadora apareció su escueta respuesta. Niet spasibo.

(continuará...)
 

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