miércoles, 26 de noviembre de 2014

viernes, 14 de noviembre de 2014

CARTA A LOTTE

  Querida Lotte:
  Hoy se cumplen cincuenta años del fin de la guerra. Curiosamente, esa fecha que debía haber sido de júbilo en nuestras vidas, supone el principio de la maldición que nos acompaña, cariño mío, desde entonces.
  Por el contrario, nuestro verdugo (y las nefandas alimañas de sus hijos) que se dice el benefactor de nuestra ciudad, no hace otra cosa que celebrar su dicha (desde entonces) a costa de nuestra felicidad y nuestra (¿honra?) y la felicidad de las familias de tantas incautas e insensatas. No puedo sino congratularme por la dificilísima decisión que has tomado, que sé que vas a ejecutar con firmeza.
  Ayer estuve en el Parque de L. C. En la pérgola hubo una velada de música de cuerda. La orquesta interpretó aquella pieza que siempre cantábamos cuando salías del Colegio de V., en aquellos tiempos en que creía que mis errores estaban saldados. Tuve que protegerme con un pañuelo y disimular para que los espectadores que había alrededor no se dieran cuenta de mis sollozos. La vida fácil de nuestro colmado en la calle de F., cuando cesaron las persecuciones raciales, que nos aseguró a ambas el sustento. Acuérdate de las delicias, los quesos, los embutidos, las conservas de importación, las compotas, los chocolates. Aquel sueño duró poco pero cómo disfruté la vida junto a ti, mi preciosa niña. Los intereses del préstamo finalmente fueron inasumibles porque se vendía poco. La miseria era grande y no había de dónde gastar.
  Luego llegó la segunda parte de mi pesadilla, la peor. Lo que pasé hasta librarme de nuestro verdugo, no sin que corriese la sangre (que el Señor lo tenga en la Gloria a tu padre) no es nada comparado con lo que tú sabes mejor que yo. Cómo los miserables vástagos de C. reemprendieron su imperio de violencia y extorsión en la ciudad, y cómo su sadismo te alcanzó a ti, queridísima hija. Todos mis esfuerzos por conseguirte una posición se esfumaban y mi tesoro más preciado me era robado de las manos, del mismo modo que a mi madre le había sucedido conmigo.
  Hija mía, atiende mi súplica. No puedes viajar con tu pequeña Lotte con este tiempo pues se podría enfriar. Tienes que salir de casa a las tres y media de la mañana si quieres llegar a tiempo a B. para hacer transbordo para V. Además, ¡no pensarás cometer (un crimen) una venganza con tu hija en brazos! Cómo vas a disparar un arma con ella en tu regazo, los ángeles huirían de su lado.
  Sabes que por mi estado no puedo hacerme cargo de tu pequeñita, que Dios la proteja (y no sólo tú). No obstante, he hablado con la Sra. B. y ella está dispuesta a cuidarla, no sólo durante tu viaje sino durante un eventual proceso. Yo estaré siempre presente en todo lo que concierne a tu hija, mientras las fuerzas me lo permitan. Una vez en la cárcel tu hija estaría a tu lado, ¡con quién mejor que con su madre!, y no se daría cuenta de las cosas. (Según el hijo de la Sra. B., teniendo en cuenta el nuevo Código Penal y las circunstancias atenuantes (gracias a Dios que se ha abolido la Pena de Muerte) te condenarían a treinta años que, con el tiempo, quizás se quedarían en dieciocho, si haces méritos).
  Pero sabes que no hay otra opción después de lo de tu hermana, ahora que tú te habías redimido. Esto no puede seguir infinitamente pues quién sabe si tu hija algún día también estará expuesta a esta vergüenza.
  En fin, hija, que sepas que te quiero y que la mano que sujeta el arma también es la mía. Haz lo que debes hacer. Si los hombres de la ciudad no han tenido lo que hay que tener para hacerlo, tiene que ser una mujer la que ponga fin a este ultraje. Estaré contigo pase lo que pase. Sé valiente y no pienses ya en las consecuencias.

  Sin nada más que decir, te quiere: Tu madre Lotte K.

sábado, 8 de noviembre de 2014