lunes, 8 de agosto de 2011

PERESTROIKA (7º)

4 (R)




Al día siguiente despegamos en sendos cohetes que la propaganda soviética se encargó de enmascarar como un único lanzamiento de un satélite de comunicaciones con dos módulos. Esto haría que los observadores de las agencias espaciales de las demás potencias no reparasen en la jugada. Al contrario de lo que yo esperaba, mi viaje iba a ser en solitario. Mi compañera de expedición giraría alrededor de la Tierra en otra cápsula a miles de kilómetros de distancia de la mía.

De las palabras del Ministro se desprendía que estaríamos cinco meses en órbita. Demasiado tiempo para un canalla social como yo. Por una parte era optimista. Iba a ser uno de los pocos seres privilegiados que cumpliese una misión en el espacio y estaba seguro de poder realizarla sin contratiempos. Pero por otra parte, el discurso de aquel pez gordo dejaba en mi conciencia muchas dudas. Lo que más me alarmó, para empezar, fue eso de la preservación genética. En mi fuero interno me parecía un plan perverso. No en vano, por mis venas corría la sangre de los supervivientes del secuestro y genocidio de cientos de miles de africanos. Por otra parte, muy mal tenían que estar las cosas para que la Unión Soviética tuviera un plan semejante en previsión de un desastre nuclear de proporciones apocalípticas. La expresión “Guerra Fría” –en ese caso- no era más que un eufemismo. Una frase hecha que maquillaba una verdadera conflagración inimaginable más allá de los límites de la biosfera. Para terminar, me preguntaba cómo era posible que una misión tan crucial fuera encomendada a unos individuos que unos meses antes no eran más que unos simples desahuciados de la sociedad.

Antes de llegar a mi destino tuve que inyectarme para calmar las nauseas y, con dificultad, me coloqué el traje. Cuando después de cuarenta y ocho horas de vuelo quedé al mando del módulo orbital experimenté algo muy parecido a la felicidad. Desde las escotillas podía ver el planeta Tierra allá abajo –como en los documentales- mientras flotaba, libre de la ley de la gravedad. Me sentía inundado de paz. Me sentía minúsculo. Tenía conciencia de formar parte del universo como un simple conglomerado más de moléculas. Dicen que nuestros átomos formaron parte de alguna estrella, en algún momento del tiempo.

La primera vez que pasé por encima de mi isla bañada por el Mar Caribe, derramé lágrimas. Si supieran que estaba encima de sus cabezas en aquel artefacto, levitando ajeno a las leyes físicas que les mantenían pegados al suelo… El ser humano es maravilloso.

(continuará...)
 

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