jueves, 25 de agosto de 2011

PERESTROIKA (11º Y ULTIMO)

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- Por tu culpa nos van a dar trato de traidores. Nos van a poner frente a un pelotón de fusilamiento. Lo último que veamos será un puñado de cabrones con gorras de plato apuntándonos con sus kalashnikov al pecho.

- ¿No podrías ser un poco optimista? Podemos inventarnos una historia. Decir que oía voces, que veía platillos volantes o yo qué sé. Además, nos podemos declarar disidentes, en cuyo caso nos deportarían a Siberia. O eso creo.

- Los del KGB nos van a aplastar como a insectos.

- ¡Qué va! ¿Quién sabe? En Siberia podríamos formar una familia. Tú, yo y un montón de chiquitines.

- ¡Qué castigo! Nos van a joder vivos y tú diciendo memeces. Además no sabemos qué está pasando en la Unión Soviética. Cuando despegamos, la situación política estaba muy revuelta.

- Es cierto. La Perestroika.

- Le pueden llamar reconstrucción, reestructuración o lo que sea pero todo va a seguir igual.

- Te equivocas. Allá abajo se está viviendo un momento histórico. Yuri me lo explicó todo. Va a haber democracia. El comunismo por fin va a salir de las cavernas. Esto es sólo el principio de la lucha del proletariado contra la represión burguesa.

- ¡Oye! ¡Para el carro, camarada! No es necesario que me sueltes un discurso ideológico. Si no eres más que un buscavidas…

- Es la verdad. La Glasnost, el pilar en que se sustenta la Perestroika, es la liberalización y la apertura. Los países socialistas –por fin- verán acelerar su desarrollo económico y social. Desaparecerá la censura y habrá libertad de expresión. Habrá una desestalinización total. Los koljoses y subjoses podrán vender directamente al público. Los taxistas serán dueños de sus taxis. Y los dueños de cafés y talleres de reparación serán sus propietarios. Habrá un diálogo pacífico entre las naciones y se reducirá la amenaza nuclear.

- Los rusos nunca permitirán que eso ocurra.

(En aquel momento, llevado por la emoción que sentía ante la promesa de un futuro mejor para nuestras vidas y para el mundo –y también llevado por los ojos ligeramente achinados y la belleza morena de Natalia- me abalancé sobre ella para besarla. Mi sorpresa fue la fuerza desproporcionada con que ella se deshizo de mí, estampándome contra la pared del módulo y –ya de paso- destrozando las muestras de un cultivo experimental.)

- ¡Imbécil! ¿Cuándo te vas a dar cuenta? No soy lo que tú te crees.

- ¿Qué estás diciendo?

- Que soy transexual.

- ¿Cómo?

- Esos comunistas que –según tú- van a salvar el mundo, me hicieron esto.

- ¿De qué estás hablando?

- Yo era espía en Berlín. Con la tapadera de agitar el insulso panorama cultural que el sistema permitía –yo era un referente local en el mundo de la moda alternativa- realmente me encargaba de detectar células subversivas que organizaban fugas al lado occidental. En una ocasión me descubrieron y logré escapar por los pelos. Así le surgió un problema a mis superiores. Yo era el mejor agente que ellos tenían y ahora mi foto estaba en todos los sótanos clandestinos de Berlín oriental. Un fatídico fin de semana sufrí un accidente más que sospechoso. Mi novia murió. Yo pasé muchos meses en coma. Cuando desperté me habían bombardeado con hormonas y me habían dejado este aspecto que ahora ves. Pero se olvidaron de operarme el cerebro. A mí me siguen gustando las mujeres, así que soy una especie de lesbiana con rabo.

- ¿Qué me dices?

- Pensaron que si me volvían a infiltrar como mujer, aprovechaban mi experiencia y en la práctica era un agente nuevo.

- ¡Pero eso es increíble! Increíble e inhumano.

- Si sigo vivo es por mis… no sé porqué. Muchas veces he pensado en quitarme la vida pero no he tenido valor.

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Los astronautas lo llaman el segundo nacimiento. Te extraen de la cápsula lo mismo que a un niño del vientre materno. Luego te limpian y te reenseñan a andar. Te sientes como un extraño.

La vuelta a los rigores de la gravedad nos hizo caer en la cuenta de lo atrofiados que estábamos después de tanto tiempo en órbita. ¿Quién sabe las secuelas que tendríamos que arrastrar por el hecho de permanecer tanto tiempo en el espacio? Por eso a estas misiones nos enviaban a la chusma y no a astronautas de verdad.

Eran las dos y diecisiete de la tarde –hora local- cuando tocamos tierra. A través de las ventanillas se veía el paisaje terrestre. Los paracaídas se arrastraban de aquí para allá agitados por el viento. Hacía sol. La comitiva de recepción se acercaba. Tenía miedo.

Afuera del módulo orbital se organizó un festival. Nos recibían un montón de niños ondeando banderitas. No eran banderas rojas como en la antigua Unión Soviética. Ahora llevaban franjas horizontales blancas, azules y rojas. Nosotros no podíamos ni levantar la mano para devolverles el saludo. Los jefazos de Moscú también sonreían. Natalia –o como diríamos en mi isla, Nati- me cogió la mano y me sentí más tranquilo.

Fin.



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