sábado, 27 de diciembre de 2014

EL PLAN

EL PLAN. Ya iba todo el mundo en manga larga excepto un señor regordete. Rebecca, dime la hora que me dé un infarto, se estaba tomando una birra con el caballero del vacilón, que necesitaba de manera urgente so riesgo de colapso aclararse las ideas ingiriendo abundante agua y sobando setenta y dos horas seguidas, quiero ser tu amigo, que hacía lo propio con un cubata.
  En una mesa hay cinco cervezas, uno el primero que tiene los brazos como bulldogs cabreados que son de genética y que empujará a Julián, que guardará por ello un rencor, a discernir el proceso mágico del tra. de la inf. a la madurez psico. completa, digamos, mi chache se quedó en el paro y se había ido a por droga ¡trece kilos de farlopa! y patatín patatán, uno el segundo que guarda una pipa, hierro, fusca, artilugio, una Sig Sauer 9 milímetros Parabellum, entre la tripilla por debajo del ombligo y la cintura del pantalón, que le dio una leche a uno de un bar, el dueño, con la pipa en todo el careto y aquél lo llevó ante los tribunales pero no quedó demostrado, hijoputa pero niño que soy tu tío qué estás diciendo loco, con sonrisa pícara y diabólica, uno el tercero que no tiene una amenazante presencia física, más bien al contrario, mas es muy peligroso por su estéril y atravesada hiperactividad mental insana, suponte que yo voy a drogarme y te dejo mi cartera y voy y me drogo, que también desarrolla un fetichismo hacia las armas de fuego, las intifadas gansteriles, disparar a las señales de tráfico, uno el cuarto que, la pura verdad, que fue por accidente, el pobre Bicho se desangró en un momento allí mismo en brazos de su compadre y homicida, manipulando el arma, una fatalidad que le acompañará siempre, me como quatro tripis y le meto una ráfaga plomo, que no es otra cosa que un desahogo, como lefa, algo puramente masculino, y ya nunca lleva fusca, en todo caso una navajilla para cortar el costo, y uno el propio Julián, que no encaja mucho del todo en esta banda pero encaja, que el pistolero le amenazó con el arma y cómo Julián salió ofuscado y sin conocer a nadie, pues el otro se acojonó un poquillo por su silencio ausente de Julián y, ya desde entonces le respetan y, a pesar del abuso cometido, el provocador le dijo que sí que era peligroso, que era lo mejor que le podían decir a Julián en ese momento.
  En Lingua Franca del Suburbio agravada por el paro endémico en el barrio, qué van a hacer, ¿¿lacerarse??, ¿¿crucificarse y descrucificarse??, ¿¿comerse la opacidad de la roña??, ¿¿cortarse el culo??, cuando un maestro de escuela inepto, o no ya eso sino demasiado cartesiano o racionalista o dogmático, que no cree o no se acuerda del juego la improvisación la magia e, ignora, soslaya que alguno de esos cachorrillos hambrientos le comería una partida con que sólo tuviera la reina a Kasparov, aunque no son tan diferentes de los gañanes que habían apaleado a Julián por el asunto del butano, alérgicos a la pestañí y al orden, siempre, cuyo universo de drogas, un universo casi gratuito si no fuera por las expectativas del ciruelo, de fricción sensible delicada húmeda y angosta de lo que se suele exagerar teatralizar novelar mentir y segregar información o por lo menos ahí,
tirépapiruulé
tirépapiruulé
esteioondsíinpirulé
lacassxmashíinpirulé…
rarónrarón
rarónrarón…
yeaeaeeaeaaa jipme…
alirlbiruwéspirulé
cómooojipme
alirlbiruwéspirulé
jipmepirulé
aahpirulé…
el sist. educ. comienza a perder tranco frente al tiburonaco hambriento, en sentido figurado, de la prevaricación y la endogamia oligárquica.
  ¿¿Las Brown Sugar?? Se produce el cortocircuito mental, el espejismo lunar, el pensamiento, que es lenguaje interior, y es ruido interior, en indisoluble complicidad con el apretón del esfínter A (puede que síntoma en el origen de los celos patológicos y sus consecuencias) de Julián, se conecta a una vía autooperante, lejos de allí, lejos como un frenazo estéreo en un túnel con sus dos bocas, como un suspiro en el umbral de la calle y se está pergeñando un plan en la mesa, que no es tangible realmente en otro espacio-tiempo que en las propias experiencias imaginativas de Julián, o por lo menos no es participado por los otros cooperantes necesarios, que hablan de drogas, sí, algo ciertamente repulsivo y censurable quizás aquí relacionado con la delincuencia y la adicción, de esto y lo otro primo, sí, pero de la máquina tragaperras, no, y menos desde que Rebecca, ácido jazmín de mediodía, se ha separado de ella, que ahora está en otro lado de la barra hablando con una señora con pelusilla en la barba que pregunta con quién tiene que parlamentar acerca del rescate, que le han robado el coche.
  En fin. A lo que íbamos. El plan (sólo de Julián, para entendernos): robar la máquina tragaperras ¿para resarcir a Rebecca?, ¿gesto de reivindicación para demostrar lo kie que es?, es lo de menos.
  ¿Cómo se hacen bombas fétidas? Sí. Ya me acuerdo. Esto… YO soy conductor. Esa es mi especialidad. No tanto robar, no, robar no, hurtar coches, vale, los vuelvo a dejar en los alrededores exponiéndome a que me pillen, eso es honradez, no soy un quinqui. Mi papá me enseñó a meter las marchas y soltar el embrague y ya lo demás pues es ver grandes premios por televisión y talento natural. Es que, ¿sabes?, cuando cojo un volante tengo que ir a todo lo que da el trasto, como con el culo endiablado de guindas. Pero claro, me dan un papel protagonista en el golpe, para no mojarse ellos (y eso les perdió como se verá) y claro, ¿sabes?, como no se decir que NO, pues voy.
  Bombas fétidas. Añil + vinagre + lejía. Bombas fétidas. Y entonces hay ya que pensar en no dejar huellas, evidencias y esas cosas, desfigurarse deformarse la cara con miga de pan Bimbo sin comérselo ¿eh?, ¿yo me lo comería? (por la ansiedad, el apretoncillo a la altura del estómago, las ganas de mear), y una peluca, gafas, ETC. A ver, abrir las puertas, la chica (¿Rebecca?) se mete a jugar en una máquina, ¿en el bar o en la sala interior?, hombre, la máquina, el objetivo es la del bar, que está más cerca de la salida, la escapatoria, hay menos camino por recorrer. Hay que focalizar: *robar máquina tragaperras*. Si no, un chino ludópata. Los chinos saben cuando la máquina está a punto. Podría ser una ayuda pero habría que darle un cinco por ciento por lo menos, pedazo de maricón. El chino estaría dándole dándole dándole el culo a la máquina, y esa sería la señal, la luz verde. ¿Y si hay más chinos y no sé cuál es el chino?, y cojo una máquina que no es, es que todos son iguales, bueno, todos menos mi chino, que es un huevón, que la que se juega las perras es su parienta.
  Pero no. Tiene que ser más directo. La ambulancia con la llave puesta en el puesto de socorro de la carretera, de la cruz roja, un día iba borracho y me puse a dormir en la ambulancia, veníamos el Ohyeah y yo y el Oso del quinto pino y estaba cansado de andar, abrí el portón trasero y me puse a sobar en la camilla, pero si no me llego a levantar echo las papas dentro de la ambulancia, salí de allí corriendo y sudando unos goterones… y siempre están puestas las llaves. Y claro que hacen falta precauciones, sin menoscabo de la testiculina. Se podría consultar con alguien de peso en el barrio, alguien con un currículum. ¡Qué va loco! Entonces hablamos del cincuenta por ciento. A ver, lo de las bombas fétidas es para ganar tiempo y crear confusión, aunque parece una chorrada, ¿sabes?, no lo es.
  Y para bajar el estrés te haces una autosatisfacción completa del asunto, y si después de la primera, con el estrés del delito nunca se sabe, pues necesitas rebajar más tensión, te vuelves a rascar, que no es que sea lo más recomendable porque algo se nota ya, en la energía, en la prestancia, pero claro, hay que dejar, si se puede, dejar solucionado el problema en la zona a trabajar, y sí, con un poco de voluntad, se dejan reposar las cosas, lo cual puede ser un esfuerzo añadido, que a lo mejor es deseable que todo fluya y no se demore mucho, y ya con mucho tiento se hace otro acercamiento, a modo de prueba y, si el asunto se perfila factible fácilmente, se procede con un eventual segundo intento, que sería deseable que acabase con la tensión porque un tercero sí que ya se nos va un poco de las manos, pero nunca se sabe, por lo de la prestancia, y ya, se limpian bien las pruebas, es decir, hay que deshacerse de los restos, la huella, ¿verdad?, se tira de la cadena, y todo esto antes de perpetrar el delito y se te quita la tontería.  
  Recapitulemos: agua (unas latas de cerveza valdrán), pan Bimbo, media de seda, lycra o similar (porque con el pan solo sería una payasada), furgoneta potente, 300 CV., bueno, ese trasto tiene más años que la Charito y pasa la ITV porque es de la Cruz Roja, portón trasero, ácido cítrico, bombas fétidas... los otros estarán esperando para arrastrar la máquina tragaperras hasta la ambulancia y yo ya sólo tengo que salir cortando de allí.
  (Pero todo salió al revés.)

  Y el Porranegra le dice insistentemente a Julián que si tiene papel, ¿es que no oyes?, (que es para hacerse un cacharrito de hachís).

miércoles, 17 de diciembre de 2014

EXCUSA PARA UTILIZAR EL NEOLOGISMO PRECUELA

  Zacarías Mediavilla y su hija de once años se subieron a un carro de combate.

  Si bien no sabemos qué es lo que les conduce a ello o por qué lo hacen, sí tenemos la certeza de que van solos, sin compañía de animal o cosa alguna. Suponemos que alguien anónimo maneja el ingenio. La carrocería del monstruo acumula costras de materia terrosa sobre las que hay barro reciente.

  La máquina bélica enseguida adquirió una considerable velocidad en el terreno desigual del páramo e iba dando bandazos por lo que los nuevos pasajeros, es decir, Zacarías y su hija, tenían serias dificultades para asirse con suficientes garantías a las correas de seguridad, unas agarraderas de cuero que a tal efecto había junto a sus asientos.

  El carro de combate carece de una cámara interior cerrada para los operarios, por el contrario, es abierto o, digamos, descapotado, debido al gran calibre del cañón.

  Por increíble que parezca, la niña se esfumó. En su lugar, un perrillo canijo de raza indeterminada que había aparecido de la nada se cayó del tanque. El animal no sufrió daños porque se escurrió justo por el espacio intermedio de las cadenas.

  Si queremos seguir una lógica, es de suponer que la niña se había metamorfoseado en perro.

xxx

  Lo que sigue es la precuela de este suceso que, aunque aparentemente no aclara nada del mismo, asimismo abunda en dramáticos incidentes que rayan en el sinsentido. El preliminar episodio acaece en los primeros días del otoño del año de la crisis del ladrillo. Todo comienza en una calle estándar, en un núcleo urbano del que no nos importan mucho sus datos demográficos. Los edificios de cuatro plantas a los lados responden al modelo aséptico de ciudad europea.

  Zacarías caminaba acariciando el saxofón de la policía que llevaba colgado al hombro. No sabía tocarlo pero le sacaba sonidos y, en sus ratos libres, se entregaba concienzudamente en un ruidismo abstracto.

  Conocemos el dato que conecta policía y saxofón por el troquelado en el instrumento, que lo identifica (igual que un coche patrulla).

  De repente una banda de sudamericanos, ninguno superaría los veinte años, le rodeó. Pensó en huir pero era imposible. Entonces, con su verborrea más elocuente trató de convencerles. Incluso llegando a las manos, a pesar de la superioridad numérica de los pandilleros, intentó evitar lo que ellos querían: el saxofón y nada más. Finalmente consiguieron arrebatárselo. Tras contemplar cómo se alejaban con el instrumento, sin darse por vencido, les siguió los pasos.

   No sabemos cómo encaja el episodio de la tasca. Hemos de dar por sentado que hay momentos de la historia que desconocemos. Pero al menos sabemos con toda seguridad el orden de los acontecimientos, por inconexos que parezcan. El local, todo de madera, congrega a clientes habituales de edad avanzada. A todos, ex militares y ex presos, les une un pasado de enclaustramiento (acuartelados o enjaulados en una celda, lo mismo da).

  Los clientes que no pululaban por la barra o estaban sentados en las mesas practicaban un extraño deporte. Se subían a lo alto de una rampa y, con unos artes similares a pequeños esquíes, se lanzaban rampa abajo. Al final de la rampa simulaban algo parecido a un salto de esquí sólo que sus vuelos no superaban más de un metro de longitud. Mientras que algunos de los participantes solventaban el salto con algo de elegancia, otros se escurrían al final de manera un tanto cómica sin conseguir volar nada.

  Suponemos que Zacarías tuvo éxito en sus pesquisas en la tasca porque el relato de los hechos se reanuda con el agraviado llegando a la guarida de los ñetas. Allí, Zacarías descubre la traición de sus propios amigos de la infancia, camuflados entre el resto de delincuentes de la banda. Seguidamente, las cosas se van a poner muy feas.

  Tras unos golpes, aparecieron los cuchillos hiriendo el aire. Unos (“los indios”) y otro se jugaban la vida. Zacarías, a pesar de su soledad, estaba dispuesto a todo para limpiar la afrenta del saxofón.

  Llegados a este punto, Zacarías se acuerda (¿o se da cuenta?) de que, además del saxofón, le han sustraído las llaves del coche (con la libreta de ahorros dentro). Aunque el auto está aparcado lejos porque no había sitio, él sabe que finalmente tendrán que encontrarlo. A pesar de todo, por el momento, eso no es lo peor.

  Presionado, Zacarías se vio obligado a huir, esta vez sí, a la carrera y, con los otros (dos o tres) tras sus pasos, llegó a una casa destartalada, casi una chabola. Allí, los pandilleros, que venían a asesinarle, le acorralaron en un patio.

  El patio, recuperado a los escombros, sirve para sacudir alfombras, además de tendedero y corral de gallinas (por los restos de mierda).

  Los malhechores consiguieron agarrar a Zacarías y acto seguido, mediante una presa, uno de ellos lo inmovilizó contra una barra que servía para tender alfombras.
 
  Zacarías está doblado contra la barra, dando la espalda a los delincuentes en una posición un tanto indigna (vulgarmente, con el culo en pompa).

  En ese momento dos mujeres árabes, muy tapadas y con velo, acudieron a ayudar al vencido Zacarías de manera providencial. Con una contundente barra metálica, una de las mujeres golpeó al que sujetaba. Luego Zacarías se zafó de la llave y, sin saber ni cómo, “hizo” que el que previamente le había sujetado entrase en una combustión espontánea (algo pirotécnico, como una gran cerilla). En unos instantes el individuo se había consumido hasta quedar reducido a una especie de caparazón de erizo. Ni que decir tiene que, a la vista del prodigio, los otros dos tipos salieron de allí despavoridos.


  Zacarías demuestra una gran inconsciencia ante el miedo. Recupera las llaves del coche (no sabemos exactamente cómo o dónde las encuentra) y, consecuentemente, la cartilla. Pero el saxofón, al final, sigue en manos de los ñetas, que se salen con la suya.