lunes, 6 de diciembre de 2010

YELLOWEEN





  Era la noche de Halloween. Me dirigía al chino a comprar el disfraz del malo de Scary Movie -la ridícula parodia del auténtico malo de la saga Scream- y ya de paso unas pilas para el MP3. Cuatro pilas AAA a dos euros. En el supermercado costaban el triple y las del chino eran de la misma calidad. Eso es lo que siempre se ha conocido por libertad de mercado aunque para los pocos comerciantes locales que iban quedando en el barrio se trataba de competencia desleal.




























  La calle era estrecha y unos niños estaban en medio de la acera jugando, así que había que sortearlos para poder continuar. Aquellos mocosos -uno chino y el otro occidental- manipulaban unos objetos que me llamaron la atención por su cualidad de reflejar vivamente la luz de una manera que yo diría artificial y por sus llamativos colores. Se trataba de un gato dorado de la suerte de esos que mueven un brazo compulsivamente que se sostenía sobre una lata de Coca-Cola aplastada. Sin duda dos iconos de la cultura de masas. En conjunto parecía un poema-objeto. Visto desde ese punto de vista era un curioso juego para tratarse de dos menores.





















  Como no sé poner en práctica aquello de que si lo que vas a decir no es más bello que el silencio, no lo digas en el momento de cruzarme con los dos chavales se me ocurrió preguntarles qué juego era ese. Se hizo un silencio en el que pareció que toda la ciudad se había detenido de repente. Aquellos dos niños de unos ocho o diez años me miraban fijamente a los ojos pero era como si sus miradas traspasaran mis pupilas y atravesando los globos oculares y cruzando a través de la masa encefálica posterior taladraran la caja craneal y sus miradas se clavaran en algún objeto celeste a miles de millones de años luz de las coordenadas del punto donde nos encontrábamos. En ese momento fui consciente de que la realidad es una construcción obrada desde la más pura subjetividad. Entonces el chino, que era el mayor de los dos, me dijo -¿Es que no lo ves?- en el tono en que hubiera podido decir ¿te gustan las chuches? y luego añadió -Es Oriente que aplasta a Occidente. El nuevo orden.-




  Me había quedado sin palabras. Dejé atrás a aquellos dos zagales con la sensación de haber entrado en la dimensión desconocida o algo así. Y como no podía ser de otra manera ocurrió algo sensacional, mágico y extraordinario. Llegué a un amplio patio peatonal donde además de comercios chinos, japoneses, taiwaneses, koreanos o qué sé yo, se emplazaba la sucursal de una cadena de hamburgueserías en cuya puerta se solían congregar una familia de gatos y unos ciclomoteros que a veces se burlaban de mí – según sus propias palabras por no tener sangre en las venas sino zumo de arándanos- motivo por el cual siempre pasaba por allí con la cabeza agachada en actitud sumisa.


































  Pero en el lugar en que como siempre debía estar la franquicia de McDonald´s había un solar ocupado por un gato plácidamente tumbado relamiéndose sus manitas. Intuí que aquella visión no era real por dos motivos. En primer lugar porque el gato era gigante, descomunal. Y en segundo lugar porque el minino tenía la cualidad de reflejar vivamente la luz de una manera que yo diría artificial y por su vivo color dorado. Entonces me pregunté, dado el tamaño del ejemplar de felino, si no cabía la posibilidad de que hubiera devorado el McDonald´s, de ahí que se relamiera. También pensé, no pude evitarlo, que a lo mejor me había hecho el gran favor de papearse a los odiosos ciclomoteros y a sus odiosos ciclomotores trucados.

  Y así había sido como después tuve la ocasión de comprobar. Compré mi disfraz y aquella noche me fui de fiesta con los frickies de mis amigos. Pero Halloween había cambiado. Más bien podría llamarse Yelloween porque todo era de inspiración oriental, asiática, amarilla. Aquel niño chino de mirada enigmática de alguna manera había predicho lo que me estaba pasando. Ya ni siquiera mis amigos eran frickies, ahora eran otakus. También pensé ¡vaya, no sé ni hablar en mi idioma y ahora va a haber que ponerse al día en chino, estoy jodido!





  A los grotescos personajes de las películas americanas de terror, dráculas, frankesteins, hombres-lobo, diablesas, gemelas de El resplandor y demás fauna anglosajona les habían usurpado el puesto sexienfermeras con jeringuillas tamaño paquidermo, cheerleaders chaparrillas con el pelo azul y espadones barrocos, zombies empanaos con un bucólico cestito de flores, los parientes japos de la pareja formada por Eduardo Manostijeras y Mary Poppins, folclóricas Oktoberfest con guantes de full contact y lencería, heroínas galácticas con orejas de peluche amorfo y las más variadas versiones de lolitas, colegialas cachondas, cenicientas depravadas, siniestros, góticos, punkies, kamikazes, piratas, estrellas del rock y entusiasmadas con el invento de la minifalda.





































  Precisamente fue en esa mascarada en la que nadie era quien era ni quien los demás creían que era sino quien cada cual quería ser – y es por lo que cuento todo esto- donde más cerca he estado nunca de tocar eso que llaman realidad de una manera objetiva pues todos aquellos otakus, frickies o como demonios se les quiera llamar tenían al menos algo en donde verse y mostrarse, lo externo pero también lo interno, lo epidérmico y lo visceral, lo claro y lo oscuro, el yin y el yang.




































  A las tantas de la mañana, cuando ya me recogía volví a pasar por el callejón de los gatos, los ciclomoteros, los comercios orientales y el Mcdonald´s. El gato gigante como un camión debía tener una indigestión y estaba vomitando. En sus últimas arcadas – que para mí como espectador fueron tremendamente angustiosas- en las que parecía que el gato se iba a morir en cualquier momento, vi como desde sus fauces gatunas teñidas de una bilis verdosa, ácida y repulsiva expulsaba violentamente y uno por uno a los ciclomoteros. Aquella visión sí que era real y me hizo sentir bien.





2 comentarios:

  1. aunque voy a advertirte de k ni nombres la palabra otaku delante de alguien que sabe verdaderamente algo de la cultura japonesa ya que esa palabra es como un insulto para los verdaderos japoneses y por lo tanto para los seguidores de la cultura japonesa como yo... preferimos llamarnos frikys xDD

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  2. qué tipo de insulto es? como decir puto japo? o mas bien como descerebrado oligofrénico de mierda? es para saber si me la juego o no cuando le diga a uno otaku... a tí ya sé que no.

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