Digamos que me había topado con mi primera
novia (lo de antes habían sido magreos de quinceañeros), la que se llamaba como
una marca de conservas. Pero peor era lo de su hermana, que le acompañaba en ese momento. La
deformación cariñosa del nombre de pila a que la había sometido su familia
(cosas de gente adinerada) le había agraciado una rima con el órgano genital
masculino que no pasaba inadvertida.
Parece que pasada la barrera de los veinte
años, ambas habían seguido produciendo grandes cantidades de hormona del crecimiento,
por lo que ahora yo, pegado a aquellas dos torres era un canijo. Su estatura y su corpulencia me
intimidaban y no sabía qué decir, ni cómo actuar. Habían transcurrido algo más de dos
décadas y, cómo cambian las cosas. ¡Con lo dominante que era yo entonces a su lado! Pero
claro, eso era para ocultar mis debilidades. Creo.
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