TRAGAPERRAS ÁCIDA. Es jueves,
la fiesta del mercado. Chi, chip – bluuÚÚÍÍrRRip, condenada al ostracismo del
resto de congéneres que orquestan una oscura polifonía en una sala oscura más
allá de un oscuro umbral, con su lenguaje embaucador dota de un electronicismo
casi musical el espacio físico de la zona no clausurada de la sala de juegos,
la barra. Es cierto que su dialecto no se traduce así como así, sílaba por
sílaba, pero mmmmm, los oídos de muchos, que no por su predisposición han de
ser censurados como manirrotos, encuentran en su pianísima voz solaz para sus
esquilmados propósitos muy cerca de la bragueta, que los bolsillos obligan a
rascarse los cataplines y, habitualmente, todo y asumiendo su propio silencio
abismal, tarde la engatusada falacia se muestra como lo que es. Como diría
R2-D2, chüichíuuuUU //chüichíi..// Ooó brp brp..,**. ¿Quién podría mejorar eso,
eh? La paya de los enervados fresones jugosos como guindas borrachas, con cara
de mostrenco japonés en la camiseta blanca con logo, del mercado (¿?) a cien
pesetas, una mezcla de pantera y bicho manga, es aquella cuyo cascabel cual
campana catedralicia siempre está repiqueteando ¡es fiesta! ¡la gloria sea con
vosotros! allá en las profundidades de sus partes más oscuras, sí, como la boca
de un lobo, eso lo sabe cualquier memo, aunque de una manera psicodélica,
mágica, lumínicamente cegadora, un parque de atracciones lleno, evidente,
visible, inundado de fotones, la promesa de un vuelco en el corazón y un
hilillo de pis que se escapa por la emoción del momento, impepinablemente. Una
especie de tic poderoso e irrefrenable, un síndrome Tourette benévolo (¿?) que
se apodera de todo el ser (¿?), con la mierda y el joder en la boca todo el
día, aqueja a la que tiene nombre, electrocutada Frankenstein: puro pastiche, los
tirantes negros del sujetador, del mercado, a cien pesetas, y el colgante
corazón roto, el trauma sentimental de la media naranja perenne desde muy
tempranos estadios del desarrollo cognitivo-afectivo, del negro negro Abdullah,
con el que no, sí, a cien, es Rebecca, que se lo puso su abuela a su madre por
la película de Hitchcock (¿?), distribuidora, celestina, voz relámpago, mito de
verano, crisis invisible, que es más chic que camella, y es noticiable por el
horrible urbanismo y la arquitectura desarrollista de los sesenta y los setenta
porque las cosas parecen lo que no son y si no de qué su madre iba a haberse
venido de las antípodas para casarse con un gitano melanesio que tocaba la
guitarra en la playa. Joder, mierda, y ahora qué coño hago joder, insert coin
joder, la miiierda de palanca. Tira, dale, le dice uno al lado, que le dice al
camarero oye qué cortao me has puesto aquí primo que esto está más negro que
mis huevos del Rajastán, ya muy lejos en las generaciones, ¿está? (la a muy
recortada, casi sorda). Éste, él, el otro, el adlátere, seudopersona por doping
positivo de largo, si lo pilla el comité olímpico lo sancionan de por vida,
adquirido por inducción multidisciplinar, además de la cafeína, una semana sin
pegar ojo, desde el otro jueves que luego se confundió la cosa con el
cumpleaños de un primo hermano, un puñado de churros y un chocolate de
madrugada, carajillo al despuntar el alba, tres paquetes de ducados negros.
Desde el día de la fecha del jueves anterior hasta el que nos ocupa una dieta
pobre en agua, ni fibra vegetal, mas un abuso insano de cosas que no alimentan
pero engañan y proveen al entendimiento de una seguridad y una autonomía
artificiosas. Así, el susodicho acompañante ambulatoriamente momentáneo de Rebecca
presenta un cuadro de achicharramiento mental por los residuos tóxicos de la
resaca de la noctámbulamente anterior en barra adrenalínicamente viciosa y
morcillonamente agradable, hipersegregación de ácidos gástricos con molestias
en la boca del estómago, imposibilidad de adopción de la postura de tendido,
moquillo periódicamente absorbido con amontonamiento en la tocha de pulpa de
química agrícolamente colombiana, bueno, ¿quieres más datos?, boliviana,
departamento de Santa Cruz, que mucho caña de azúcar y algodón, farlopa y de la
buena, más las periódicas trompetillas, petardos o verrugos que ya se lo había
dicho el dealer, esta mierda está tremenda, restos tóxicos de las resacas
noctámbulamente anteriores en noctámbulas vidas anteriores y, obviamente, la
paya misma, Rebecca, aún menor de edad, que no es del barrio y no teme por las
habladurías, que roza, no sin querer, las zonas ya todas sensibles pero a la
vez insensibles y desgastadas, me voy por aquí y por allí. Y, en ausencia de
otras hembras a las que olisquear, no porque no lo merezca en circunstancias de
competencia, asimismo, prácticamente, no sólo los de la mesa de la
conspiración, todos, mirándola, incluido el que escucha a ese de está bien
claro, lo dice la Biblia, amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como
a ti mismo y punto pelota, o los que entran y salen, o el camarero amarillo culebra,
o el que levanta mucho la voz y sentencia: ¡que se muera el Papa!, que es como
condenar a Sansón y el Cid Campeador viejos, polacos y políglotas todo en uno,
atroz veredicto, o el que no debía estar en la escena del crimen (¿?) por no
reunir las condiciones de madurez temporalmente suficiente para que el DNI
licite su presencia en el antro, a la mama que vas y la interpelada, espera que
te enganche joputa, que ni siquiera es su hermano, que es su sobrino, que su
madre del chiquillo está en el trullo. Play, el premio está cerca, segurísimo,
la macedonia no acaba de encajar pero está al caer, le dice a Rebecca el moreno
beoduzo, colmado de insensatez, que no hace más que aventar el capital metal,
pegarle fuego al sistema metafóricamente a base de esparcir la moneda como si
apestara, loable si no fuera porque persigue una esfera fantástica de
enriquecimiento, una pesadilla para el insomne baldosero del agujerillo del
escondite, la gran baraka para el proveedor de máquinas, vaciedad bolsillística
familiarmente para la familia del malgastador chocante por despilfarro
improcedente megafónicamente y que no bombardeen Miami y con eso ya tenemos
algo, seguramente. Clinclinclin clinclinclinclín. Premio. Cooño, el gordo. Pero
qué miiiiierda es esto. Aquí no sale ná. Achooo. Qué mmmmierda pasa aquí primo.
Y se monta un pollo entre los dos ludófilos escandalosos de una parte y el
camarero amarillo culebra que supuestamente no quiere saber nada de la otra, ya
que la máquina no suelta un áureo doblón aunque se supone que tenía que estar
vomitándolo todo.
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