Olía a pólvora quemada
(¿dónde estaban los
cañones?).
Cualquier cosa podía
pasar,
incluso la tortura.
A uno de aquellos
pequeños seres
le habían intentado
quebrar
los huesos de las
piernecillas
con un extraño artilugio
de madera
(sin duda lo hubieran
dejado morir allí mismo,
desatendido,
sin ningún remordimiento).
Los hombrecillos,
que no alzaban ni dos
palmos del suelo,
sorprendente, repentinamente
aparecieron corriendo
desde todas las direcciones
hasta sumar más de una
docena.
Con la misma urgencia
se internaron en el
bosque.
Al parecer, felizmente
las amazonas los
acogerían para jugar con ellos,
como muñequitos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario