¿PERO
QUÉ PASA? Dicen que decir dijo, el Julián, cuando vio a su vieja en el suelo al
escurrirse. Fue un desvanecimiento, se había dado una mollera con la leche en
el piso, lo que le había producido una pelota de ping pong como un chichón
grande. “Tú, lo primero que me has dicho ha sido, a ver, achanta la mui, cierra
el boquino simplemente, nononononononononó, cállate. Estabas esperándome, y
retestinabas un regomeyo cuando el dintel del hogar portalicio traspasé y
andabas al tanto de todo, casi. La buscona…”, la madre le interrumpió para nombrar
por su nombre a la mentada demostrando la mejoría pues, en los momentos previos
a haber perdido la memoria, había dado preocupantes señales de lo acontecido,
en taxi, por lo que Julián estuvo a punto de montarla a urgencias, “…te había,
había tardado en largarte la historia… te había contado que nadie… excepto
ella… me conocía. Que entrado al bar, se desperezaba al amanecer la mañana. El
pueblo, en su amplio significado, había llegado, la montaña escupió el sol en
el alma…”, y había sido despertada la madre recordaba que con un beso blanco
por su hijo, “no era de noche pero era como si fuera oscuro e, insultando a la
camarera, que pudo pensar que un arma blanca, por poner un ejemplo del pánico
que debió sentir, le segaría la lozanía de su todavía inmaculada turgencia de
zagala. Empujé a la hija del sol y de la luna. El artefacto pesetero quedó
inservible tras colapsar.” La madre se limpiaba el sudor con un pañuelo que
sacó del interior del sostén. “Y, tú ya me has dicho no me quieres como te
quiero yo, y, los ojillos, te he visto algo, que se te iban.” Fffffffff. “Y
huyendo me he largado, con pasmosa cachaza, te ha dicho la busc. la como se
llame, y ahí está el quid de la cuestión has dicho tú, al volante de una
ambulancia antediluviana se ha chuminado el delito culminándose”.
“Te he replicado con toda la calma” (total, pensó
Julián, me importaba un pepino lo del vehículo sustraído ya que desde el principio
cobijaba una vaga intención de devolverlo, de hecho lo he devuelto a la
administración al dejarlo abandonado allí, a la vista de todos los curiosos),
“y” (con algo de épica) “te he relatado mi versión” (una versión demente de lo
perpetrado) “eventualmente levitando quince metros, sin saber ni cómo, con un
esguince en el pie incrustado en el pedal del freno, y estrellando el bólido
contra un bordillico. Ná. Y tú, toda comprensión, me has dicho mongolo, idiota,
me has pegado un rapapolvos” (y no le dio un sopapo de milagro) “por caraja por
(por no…) decías. Y decías ¿Pero qué pasa? ¿Pero tú estás bien de la cabeza? Lo
de la tragaperras, no es para tanto, que sí, pero es que has robado una
ambulancia nada menos, so memo, ya. Que por eso te meten en la cárcel. ¿Es que
no te das cuenta? Ay. Ayayayayay. Hijo mío. Ayayayay. Señorcito. Y yo te he
dicho muy serio” apuntaló Julián desde el deseo subconsciente con un lapsus
linguae “Mamá, he estado de viaje por las profundidades de mi alma, prometo
volver a hacerlo en cuanto pueda. Game over.” (¿¡L!?) (Retrato de madre superada por las
circunstancias). “De game over nada has dicho. Tú no sales de aquí en ocho
días. ¿No ves que estará la policía rondando, melón? Abrase visto cosa igual”.
Julián no
había tenido mucha capacidad de réplica porque, es la verdad, se había
propiciado una manola post-delictum. Llevaba dos días seguidos trajinándose y
estaba agilipollado.
Total, qué
iba a hacer. Callarse. Era su mamá, la que había estado madurando un óvulo al
fondo de su cueva, con los sanguinolentos inconvenientes que ello conlleva, que
no tiene mucho mérito porque eso viene en el diseño general de los especímenes
de su género, pero que al ser inseminada por su papá, ese cabrón anfibio
metropolitano, había tenido la paciencia y el amor, sin conocer a Julián aún
cara a cara, de calmar sus pulsiones vitales, adaptarse a un estado de vigilia
sedosa y espectante, servir de envoltorio de seguridad a la nueva vida en
cooperación simbiótica (por los proyectos azul celeste que el feto propiciaba,
no otra cosa), resistir, respirar, contemplar las cosas con nuevos ojos, hablar
con el (aunque a mamá esta comparación no le agradase) parásito que le chupaba
la sangre, no quejarse, ilusionarse, llorar, aguantar la silenciosa irrigación
hormonal sin inmutarse, haciéndolo todo como si fuera fácil. Y a pesar de que
Julián era torpemente fuerte y le sacaba una cabeza, tenía que bajarla,
humillarse y hacer como que comprendía que su mamá tenía razón.
“Que todavía
te empapelan, has seguido, y gracias que la busco., la golfa cuarentona del
banco”, neeeeeene, “le ha dicho a la muchacha inmigrante que no diga ná, y eso
que no estaba por la labor, que se había enterado de quién soy, has dicho, y
has arrojado al suelo una bola de papel que nunca más nadie leerá, con las
anotaciones queso, lejía, tela, peras.”
Mariáaa,
Virgen Santa, se persignó la madre, “entonces te he dicho yo balbuceando un
poco, esto, el cómputo de los ocho días a contar desde ahora o son ocho días
que son una semana de esas que te comes un
día, que dices ocho días pero es de lunes a domingo, eso”.
Simpleçsa tamanha
desmoraliçaría à qualquiera. La mamma (no la madre, la teta, sinécdofóricamente
en homófono sapiens), la mamella, ese objeto en el cuerpo de su madre, lo
adiposo que ella le ofreció como fuente de la supervivencia que succionar le
aleccionaba en el calor y el cobijo, y en todas las ramificaciones del universo
femenino, una ánfora vacía que cuando se va llenando suena como el Roland TB
303, le ofrecía la experiencia multisensorial (nada menos) acompañada por el
tamtam acompasado del latir del órgano cardíaco, puro ritmo. Cómo se va a
traicionar ese amor de madre tatuado en la corteza de la cáscara del forro del
calostro del esternón para adentro, el regalo de la primera experiencia vital
cuyo destete probablemente no había superado el mamón de Julián (Freud o
Malinowski se esforzarían por decirlo mejor pero en la vorágine de la
producción contemporánea primus et duovigintística ésto sería cursi). Total.
Aquí habría que hacer un punto y aparte por la temática fisiológica que se
desplaza para abajo, un poco más de una cuarta estándar, pero no es posible
porque la primera y la última frases del párrafo, juegan. Una chorrada (sobre
esto también se ha escrito, inclusive). ¡Hablemos! de la vasija propiamente
dicha, alguien lo entenderá, en que, superado el traumático paso constreñido a
través del oscuro cilindro húmedo del yoni de su madre, escupido, vomitado,
expulsado, cagado de su placentero hogar durante nueve maravillosos meses, 270
días más o menos (el canal del parto, su pesadilla recurrente), en apnea, salió
aquel pellejo morado que era Julián entre capas semicoaguladas de sangre y
placenta (que acabó en el suelo como un despojo, qué lástima, su casita), el
verrinche estalló y profirió el primer grito, sintiendo que se iba a ahogar
hasta que la rabia le salvó la vida, y pronto llegó el pecho nutricio, del que
ya hemos, y así pasó este trago (este Trauma). No lo sabía Julián, esa rabia
iba a retornar, una regresión llena de odio, un odio sin dirección, rifle la
mañana desmoronaría a la fiera.
Una tarde, Rebecca
le llamó al portero electrónico y Julián (in da house J) le dijo que su mamá le había castigado, o
que no podía salir, que es lo mismo. ¡Por favor! ¡Cómo se puede ser tan
pocohombre! Lo peor es que después vió, desde la ventana, a Rebecca con un
gitano morreándose. Esos besos eran para mí, ayyyyyyy. ¿Y el magreo posterior
en la boîte imaginado por Julián? ¿La caricia en los pechos que apenas son unos
pezones hinchados? Qué tortura. No es ya este desamor (I can´t take the
heartbreak…), es saberse un tarado, un impotente, lo que no es debido a otra
cosa que el exceso enfermizo-compulsivo-bloqueante de tembleque de la templadica
mano derecha sobre la banana. No es que sea pecado, es que es una putada
cósmica, y si no, qué es el universo, una gran eyaculación de materia en el
espacio vacío. Ostras.
Lo cierto es
que Rebecca sintió admiración porque el asunto llegó a salir en la prensa, con
declaraciones de un tío con bastón y sombrero a la antigua que Julián no había
visto en su vida y que decía ser alguien, el sheriff, en la gestión social de
la barriada, y de una gitana responsable del Secretariado Gitano, es decir, la
que ayudaba a un puñado de churumbeles a hacer los deberes en un bajo porque
sus padres eran incapaces pues no sabían ni las cuatro reglas. ¿Pasaba por ahí?...
no sé qué tiene esa que decir del asunto. En el bar de las máquinas, Rebecca arrancó
la hoja del periódico con la noticia y la foto de la testigo frente al auto
desguazado, a unas cuantas cuadras de allí.
Pasados dos
o tres días del cautiverio impuesto por la progenitora, Julián, harto, suplicó
clemencia delante del espejo, “es que (no sé decir que no) mama, me comieron la
cabeza (mentira), me debía encargar de conseguir un vehículo, y llegué con un
vehículo, algunos se piraron porque decían que así no se puede, qué pasa, era
un vehículo con capacidad para cargar lo que hubiere menester, que fuera una
furgona de emergencias, es secundario, así que yo mismo (les iba a demostrar de
lo que soy capaz) me encargué del asuntillo (y esos tíos del barrio, mis
compinch., mis colegas, da gracias porque tienen pistolas, y yo evité toda
violencia gratuita), pero es como si *tienes miedo y de repente te pica el culo*, éstos
no admiten hablar del miedo porque *no lo conocen*, y entonces, al salir del
bar, vi como la ambulancia se iba desmontando a cachos, perdí el retrovisor
derecho, y la matrícula delantera porque le zumbé a uno por detrás, sobre la
marcha, ya iba el parachoques medio descolgado, y entonces, bueno, después de estamparme me tuve que dejar el eje
delantero en el bordillo, eso sí, pero era una reliquia, la hubieran tenido que
dar de baja de todas formas, y cojeando, llegué a casa, jadeante, me iba a
poner el tocadiscos para calmarme, solo necesitaba eso, y tú estabas ahí
plantada y me dijiste ¿pero qué pasa?, y ya lo sabías todo, bueno todo no, y yo
te lo expliqué y me dijiste como cantando tuaminomematas adisgús tooooooos, y
ya se te iba un poco el color, y te caíste fulminada, por favor, perdóname, no lo
quise hacer…”, que parecía puro house.
E
desta guisa termina este breve relato que s´entitula ¿Pero
qué pasa?, e da cuenta de cómo un tarado mancebo se figura que son las cosas, e
se destila muxo vaho en las axilas (te lo juro por los chicles pisaos delante
del chino) et que insiste asta el tedio na mesma fechoría, mas se demuestra la
elasticidade do tempo como si dun reló de Dalí se tratare. Fine de la puntata.