UN PERRO ROJO. Algo, no en el espectro de lo
que habitualmente se presta a la observación como perteneciente que es a un
rango determinado de seres vivos, husmeando en los restos de una bolsa de basura despanzurrada, lanzada previamente desde
una ventana al centro de la calle, y ¿cuál puede ser, eh, el origen de tan
extraño fenómeno?, no en lo tocante al hecho de arrojar restos domésticos a
través del hueco en la pared así, a la buena de Dios, si se, permite, no no, sino
en lo que respecta a la coloración, la rojez, del can intitulante, obviamente. Ingesta desmesurada de
zanahorias, eso está más que probado, ¿cangrejos?, digamos, langostinos, el
ácido úrico por las nubes, o rayos ultravioleta, una sobredosis loréncitica, un
exceso expositivo al Lorenzo, dios sol, tómese lo último como un logismo frasal
suburbano, no, demasiado cadmio para un bronceado solar, en fin, nada que no suelan
hacer los perros callejeros. Un hombre lo comprende todo pero es un idiota.
Los cascos
copian las vibraciones del reproductor desenrollando y volviendo a enrollar una
voz negra singular, instrumentistical prodigiosística. Una letanía en que se
repite infecciosamente la oración mandanguera, ain´t it funky. ¿Y en qué
sentido debe ser tomada ésta? ¿Algo como no apestas lo suficiente tío? Es
decir, no te lo has currado bastante, querido, como un reproche. Plausible
aunque difícil de demostrar. Un bajo electrónico, artificial, que se va
distorsionando, estirando como un chicle, expandiendo y encogiendo, a veces casi
eléctrico, como un pequeño calambre en el alma, hipnótico, persistente,
mantenido como el subtotal de la factura bimestral del agua en concepto de
conservación contador. Eso es funk. Si no queda claro es normal, en todo caso,
da igual. Ácido, otro estilo, punto. Sólo hace falta dejarse llevar por el
verbo, nada más.
Lo más
irreal, el cielo, de un extraño
color naranja guarrillo. La luz filtrada a través del velo subceléstico otorga a
todo lo terrestre una apariencia espectral. No, esto no es fantasía. La arena
en suspensión en la atmósfera llega abrasando desde el desierto. 50º C ambiente.
Miles de millones de bacterias, cómo cuantificar eso, billones, trillones, intercontinental,
delirante, está documentado. La mayoría quedan en estado latente pero otras,
con que sólo sea el uno por ciento, un disparate, como música para ascensores,
se desarrollan con éxito, no digo más, desde África, eso por no hablar, ya que
estamos, de los ensayos de chips implantados en insectos, para el desempeño de misiones
de espionaje, otro titular, está en las hemerotecas, que bien pudieran
mimetizarse entre los staphylococcus saharauis, mera especulación, vamos, quién
sabe.
Edificios amarillentos, un standard, un patrón,
un modus operandi, es decir, que son todos igual de feos, y gracias, de
protección oficial, los altorrelieves supervivientes con laureles conmemorativos
atestiguan un capítulo casi extinguido, más allá de lo que es el propio barrio
obrero. Alguna antena parabólica, aparatos de aire acondicionado, cada verano
más, dado el escaso aislamiento térmico de las viviendas, algo bastante
comprensible, toallas de playa, monos de trabajo y ropa infantil, ondeando en los
tendederos, como banderas de las Naciones Unidas, Lotería (1), locutorio (1),
peluquería (1), iglesia evangélica (de Filadelfia)(1), panaderías (2), esto en
la frontera, más allá no hay bajos comerciales, es el Polígono, paulatinamente,
cada vez más, la cristalización palpable del Nuevo Orden Mundial, fruto de la
caída del muro de Berlín y los vuelos low-cost, véanse al respecto las
sucesivas conferencias internacionales de los años del embargo del arroz y la
visita/descenso de Su Santidad el Papa, así como el ensayo “Breve estudio del desarrollo
en los países de la Europa meridional a través de la imagen en la valla publicitaria”,
533 páginas, por el profesor P. P. Punkeinstein.
Siendo sensacionalistas, en los intestinos (estreñidos)
del barrio, bueno, eso, se cae por su propio peso, pasa hasta en las mejores
familias, un spaguetti western, una ciudad fantasma, escenario fantasmal, una enorme
pelota de hierbajos y ramillas de matorral dando vueltas, chocando con los
obstáculos, y nada más, calles por las que, de facto, a pesar de las
circunstancias, de la ausencia de seres vivos a la hora de la siesta, ocurre, 50º
C, recordemos, y hasta 55º C, lo juro, el beso del dragón, exceptuando un perro
cromáticamente imposible y una persona con unos cascos, presuntamente,
escuchando, una de dos, rumbitas, bulerías, o i want your love, farfolla
electrónica ácida, huyendo del refugio, de los lengüetazos de fuego, que
allanan las moradas, los interiores sombríos, sin permiso, inevitablemente,
como supositorios que queman, sin un acondicionador mínimo, la única persona en
toda la comarca, en toda la región, que se encuentra en la calle, sin un
propósito digamos remunerado, y ni eso, buscando un contacto real con la
naturaleza, natura semiurbana, el campo está ahí, un paseo, sí, siempre hay
ojos, a través de los agujerillos de las persianas, no es recomendable,
afortunadamente aún quedan campos de limoneros cerca, (casi) abandonados al
imperio de los heroinómanos, zombis y otros cuentos, entes con un déficit serio,
una pelota tozuda, la causante, y sucesivas, en línea recta, colaterales,
ascendientes, descendientes, y un cónyuge supérstite pelotudo, doloroso así
mismo, que habían quedado un poquito expectantes por el abintestato de la
causante, de la primera, en fin, abono, respirar y sentirse mejor persona,
haberse quitado un peso de encima, un par de limones, raquíticos por la falta
de riego, al bolsillo y para casa, donde espera una limonada refrescante, mmmm,
con hielo, añadir, en el camino de vuelta, por donde han instalado unas
altísimas grúasss, unos niños desaliñados torturando animalillos, y ya son las
siete de la tarde, al fondo de la calle, el camión del butano. ¡Uh (por, a lo, tipo
Michael Jackson)!